Tu recuerdo es mi consciencia

Tu partida fue una noticia inesperada, al menos ese día en particular. Hace mucho que no sentía ese revoltijo insoportable en el estómago: un agujero negro absorbía toda mi energía. Mi corazón latía, lo sé, pero en ese preciso momento no lo sentí, enterré mis latidos en lo más profundo de mis venas y arterias. Mi cuerpo ahora funcionaba en modo automático, parecía que respondía a simples reflejos.

Si no lloré en ese momento fue para evitar la humillación, no estaba dispuesta a someterme al escrutinio público de caras curiosas que en sus adentros se preguntaban por qué alguien en un día tan soleado y fresco ha de derramar tantas lágrimas.

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Imagen: Escena de la película «El Espejo» de Andréi Tarkovski

En soledad sí te lloré. La soledad, mi gran amiga: en sus brazos sollocé pues ella no me juzga. Es solo en sus entrañas en donde no hay existencia, no hay divinidad ni mortalidad alguna. La nada es el todo a tu lado, soledad.

Los días pasan mientras yo repaso días en mi cabeza. Tu recuerdo persiste. Sos como la consciencia que en tiempos desesperados reaparece. Me decís que no tenga miedo, que nací para brillar, para hacerme notar. Afirmás que el mundo es mío, y yo sonrío.

Te creo por unas cuantas horas. Me siento invencible hasta el momento en que el espejo de la realidad aparece de nuevo y me obliga a bajar. Lenta y dolorosamente mis manos y mis pies se dedican a descender de esa montaña de brasas. En medio de tanta miseria solamente deseo llegar al suelo con lo poco de cordura que me queda.

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